Esta aventura comienza dos meses atrás, cuando yo compraba este libro guiada por el amor que le tengo a cierta persona y por el amor que él le tiene a este volumen. No sabía en lo que me metía y no sabía tampoco que me iba a acompañar tanto tiempo, como si fuese un pequeño lastre que no me deja avanzar, o en este caso, leerme algo nuevo. Todo esto solo consiguió que le cogiese cierto cariño y ahora me cuesta soltarlo. Esto es como un último adiós a Artyom y al resto de la trilogía, que no creo continuar leyendo.
Viendo y sabiendo que este no es un libro muy conocido, me siento en la obligación, una vez más, de hacer un pequeño resumen para que entendáis el concepto general, antes de que empiece a hablar sin sentido alguno y con párrafos disconexos. Artyom, nuestro protagonista, vive en la red de metro de Moscú, igual que una larga lista de seres humanos que, por culpa de la radiación y las bombas de lo que parece ser la tercera guerra mundial, se ven obligados a refugiarse en el único lugar seguro de toda la ciudad: el metro. Las diferentes estaciones recrean a su manera distintas partes de la historia y ves junto a Artyom los curiosos personajes que habitan en cada una de ellas. Siempre de paso, nuestro protagonista escucha todas las leyendas, ve a todos los mutantes y descubre líneas de metro secretas, escondrijos y misterios. Mientras lees puedes escuchar los ruidos, sentir el frío y siempre te persigue la pregunta de "qué más le puede pasar? qué más puede haber al otro lado?". Los misterios parecen amontonarse uno encima de otro y en lo único que piensa Artyom es en llegar a la Polis para avisar de la inminente amenaza de los Negros (criaturas gigantes y alargadas, casi sin rostro y de color negro, de allí el nombre...).
De este libro me es extrañamente desconcertante el ver cómo cada estación tiene un misterio distinto o una duda para añadir al repertorio de esta aventura y que, pese al largo rato que se pasa nuestro protagonista hablando y describiendo cada estación y cada enigma, nunca sabremos su resolución o nunca va a existir una solución.
Hay un punto donde alguien, ahora no consigo recordar quién, habla del metro como si fuese un organismo vivo y terrorífico. Imagino que hay dudas que no se van a poder responder nunca porque el metro siempre va a ser un misterio. Esta entidad superior que lo controla todo siempre seguirá existiendo y me imagino que no hay forma de acabar con ella porque es más grande que todos. La guerra y la desolación del exterior solo fueron como una excusa para que los ciudadanos se dieran cuenta de lo misterioso que era el lugar. Dejando de lado, eso si, las especulaciones de Lenin siendo un satánico y de la gente de los ejércitos bolcheviques vendiendo su alma a los diablos a cambio de una victoria que parecía imposible.
Llega un momento, cuando ya ha llegado a la Polis, donde se puede ver por fin un atisbo de la edad real de Artyom. Siempre tan serio y sufriendo durante su viaje, rodeado de adultos sufridores o de experiencias terribles, se crea a su alrededor una burbuja de madurez que se ve obligado a mantener durante el resto de su viaje y a lo largo de su misión. Es Danila, un brahmán que vive en la Polis y un joven de su edad, el primero que le permite volver otra vez al chico despreocupado que hablaba con sus amigos en la VDNKh. Justo antes de que salgan a la superficie, los dos con traje de Stalker, se miran y sonríen y se emocionan porque siguen siendo niños y van a hacer algo emocionante y único, salir a la superficie. Es un momento que me gusta tanto, que me permito poneros el párrafo entero, supongo que para que lo disfrutéis conmigo:
"Cuando Danila salió, los dos jóvenes se miraron con aires de importancia. Entonces, el brahmán le guiñó el ojo a Artyom, y ambos se pusieron a reír: tenían pinta de auténticos Stalkers".
Debe ser por culpa de esa conexión que veo entre ellos que la muerte de Danila me dolió tanto, casi del mismo modo que la desaparición de Hunter. Aunque ambas cosas fuesen sin duda augurables.
Pensar que Artyom es especial, pero no tanto; creo que me duele más a mí que a él y es algo de lo que me río bastante a menudo. Nada más llegar a la Polis, Artyom parece convertirse en una persona más del montón, pero con demasiada información para el bien de ciertas personas, y es entonces cuando uno se da cuenta de que, por algún motivo, seguramente ya conocido por la psicología, pero negándome a indagar al respecto, me gustan más los libros cuando el protagonista sí es especial y, aun así, tiene defectos e imperfecciones.
Sé que hay un segundo y tercer libro y no sé si nuestro protagonista va a seguir siendo Artyom; tampoco sé si estoy dispuesta o preparada a decirle adiós. Creo que ha sido demasiado tiempo cargando este libro arriba y abajo dentro de mi bolsa. Y aunque se que muchos de los misterios que parecen en este van a ser resueltos mas adelante, no creo que sea los mismo sin el protagonista que ha estado conmigo durante estas 500 páginas.
A veces trato de imaginarme cómo sería vivir en mi metro, especialmente en la línea roja del metro de Barcelona, la L1, y dejando de lado el hecho de que la radiación llegaría a nosotros a la velocidad del rayo, porque no es suficientemente profunda, os diré que prefiero compartir espacio con los gusanos que con los diferentes seres que deben habitar en las entrañas de la ciudad. Y aunque Bourbon diga que "donde hay ratas todo está bien y si no ves, empieza a preocuparte", os diría que esto solo aplica a situaciones postapocalípticas y que las cucarachas no entran dentro de esta ecuación. A partir de ahora voy a empezar a votar al partido político con el que vea menos posibilidades de una migración en masa al sucio y enmarañado laberinto que es el sistema de metro de mi ciudad.
Y aunque el final del libro me resultase un insulto al mes entero que había tardado en acabarlo, todo el sufrimiento, la aventura, la gente que se ha encontrado y cuando por fin piensas que va a pasar algo bueno, que algo va a valer la pena y se va a solucionar, todo se cae a pedazos. Tuve una sensación tan fuerte de desolación y desconcierto, como si el ser humano estuviese hecho para destruir todo lo bueno que puede llegar a tener, como si destruyésemos nuestra propia esperanza. Esa tristeza me acompañó hasta que me fui a dormir. Aun pese a todo eso, hubo algo que me gustó más que toda la trama y que me ayuda a ver las cosas de forma distinta. Al final del penúltimo capítulo, cuando Artyom le pregunta a su padre adoptivo si conoce a la mujer de una fotografía que él había conseguido rescatar del exterior, Sukhoy le responde:
"(...) Ahora no podría reconocer su rostro. Estaba muy oscuro y yo sólo me fijaba en las ratas. Ya no me acuerdo de ella. Sí que me acuerdo de ti... recuerdo cómo me agarraste la mano, y no lloraste en ningún momento. (...)"
Creo que fue este momento, el instante en el que un padre ve a su hijo, el amor con el que lo mira y el cariño que transmite cuando le dice que de ese instante tan terrible, lo único que recuerda es a su niño y para mí, dando a entender que lo único que va a recordar y en lo último que va a pensar va a ser siempre en Artyom. Pero eso puedo ser solo yo, que me pongo sentimental muy rápido y que este libro ha sido un altibajo de sentimientos constantes.
Aún así, quería acabar mi review con lo que yo vi como un rayo de esperanza o nunca mejor dicho, una luz al final del túnel. No quiero pensar que Dios me ha dado conciencia para que sufra las consecuencias de la crueldad de un autor.
Nos vemos en el próximo. Un beso, chikis.
P.D: A Dmitry Glukhovsky, por haber despertado en mí las irrefrenables ganas de visitar las calles de Moscú antes de que una catástrofe nuclear o guerra acabe con ella o con Barcelona, lo que llegue antes. Y que al resto del mundo nos sirva de lección, que no tenemos la opción de vivir en nuestros metros; si queréis la experiencia, hay un videojuego muy realista. Vamos a dejar los misiles quietos.
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